PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
Te alabamos Señor
SALMO RESPONSORIAL
Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere”. R/.
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. “Los que temen al Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; témanlo, linaje de Israel”. R/.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a losFilipenses 2, 6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobretodo-nombre; de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
Te alabamos Señor
EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio Según San Lucas 22, 14—23, 56_
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas
Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa junto con los apóstoles. Entonces les dijo:
—¡Cuánto he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de mi muerte! Porque les digo que no volveré a comerla hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios.
Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y dijo:
—Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.
Después tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio diciendo:
—Esto es mi cuerpo, entregado en favor de ustedes. Hagan esto en recuerdo de mí.
Lo mismo hizo con la copa después de haber cenado, diciendo:
—Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre, que va a ser derramada en favor de ustedes.
Pero ahora, sobre la mesa y junto a mí, está la mano del que me traiciona. Es cierto que el Hijo del hombre ha de recorrer el camino que le está señalado, pero ¡ay de aquel que lo traiciona!
Los discípulos comenzaron entonces a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el traidor.
Surgió también una disputa entre los apóstoles acerca de cuál de ellos era el más importante. Jesús entonces les dijo:
—Los reyes someten las naciones a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, el más importante entre ustedes debe ser como el más pequeño, y el que dirige debe ser como el que sirve.
Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es, acaso, el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Pero ustedes son los que han permanecido a mi lado en mis pruebas. Por eso, yo quiero asignarles un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que coman y beban en la mesa de mi reino, y se sienten en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Y el Señor dijo:
—Simón, Simón, Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo en la criba; pero yo he pedido por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando recuperes la confianza, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes.
Pedro le dijo:
—¡Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel e incluso a la muerte!
Jesús le contestó:
—Pedro, te digo que no cantará hoy el gallo sin que hayas negado tres veces que me conoces.
Les dijo también Jesús:
—Cuando los envié sin bolsa, sin zurrón y sin sandalias, ¿les faltó acaso algo?
Ellos contestaron:
—Nada.
Y continuó diciéndoles:
—Pues ahora, en cambio, el que tenga una bolsa, que la lleve consigo, y que haga lo mismo el que tenga un zurrón; y el que no tenga espada, que venda su manto y la compre. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí lo que dicen las Escrituras: Lo incluyeron entre los criminales. Todo lo que se ha escrito de mí, tiene que cumplirse.
Ellos dijeron:
—¡Señor, aquí tenemos dos espadas!
Él les contestó:
—¡Es bastante!
Después de esto, Jesús salió y, según tenía por costumbre, se dirigió al monte de los Olivos en compañía de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:
—Oren para que puedan resistir la prueba.
Luego se alejó de ellos como un tiro de piedra, se puso de rodillas y oró:
—Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Entonces se le apareció un ángel del cielo para darle fuerzas. Jesús, lleno de angustia, oraba intensamente. Y le caía el sudor al suelo en forma de grandes gotas de sangre.
Después de orar, se levantó y se acercó a sus discípulos. Los encontró dormidos, vencidos por la tristeza, y les preguntó:
—¿Cómo es que duermen? Levántense y oren para que puedan resistir la prueba.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando se presentó un grupo de gente encabezado por el llamado Judas, que era uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo; pero Jesús le dijo:
—Judas, ¿con un beso vas a entregar al Hijo del hombre?
Los que acompañaban a Jesús, al ver lo que sucedía, le preguntaron:
—Señor, ¿los atacamos con la espada?
Y uno de ellos dio un golpe al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Pero Jesús dijo:
—¡Déjenlo! ¡Basta ya!
Enseguida tocó la oreja herida y la curó. Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales de la guardia del Templo y a los ancianos que habían salido contra él:
—¿Por qué han venido a buscarme con espadas y garrotes, como si fuera un ladrón? Todos los días he estado entre ustedes en el Templo, y no me detuvieron. ¡Pero esta es la hora de ustedes, la hora del poder de las tinieblas!
Apresaron, pues, a Jesús, se lo llevaron y lo introdujeron en la casa del sumo sacerdote. Pedro iba detrás a cierta distancia. En medio del patio de la casa habían encendido fuego, y estaban sentados en torno a él; también Pedro estaba sentado entre ellos.
En esto llegó una criada que, viendo a Pedro junto al fuego, se quedó mirándolo fijamente y dijo:
—Este también estaba con él.
Pedro lo negó, diciendo:
—Mujer, ni siquiera lo conozco.
Poco después lo vio otro, que dijo:
—También tú eres uno de ellos.
Pedro replicó:
—No lo soy, amigo.
Como cosa de una hora más tarde, un tercero aseveró:
—Seguro que este estaba con él, pues es galileo.
Entonces Pedro exclamó:
—¡Amigo, no sé qué estás diciendo!
Todavía estaba Pedro hablando, cuando cantó un gallo. En aquel momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. Se acordó Pedro de que el Señor le había dicho: «Hoy mismo, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces» y, saliendo, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban.
Tapándole los ojos, le decían:
—¡Adivina quién te ha pegado!
Y proferían contra él toda clase de insultos.
Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y llevaron a Jesús ante el Consejo Supremo. Allí le preguntaron:
—¿Eres tú el Mesías? ¡Dínoslo de una vez!
Jesús contestó:
—Aunque se lo diga a ustedes, no me van a creer; y si les hago preguntas, no me van a contestar.
Sin embargo, desde ahora mismo, el Hijo del hombre estará sentado junto a Dios todopoderoso.
Todos preguntaron:
—¿Así que tú eres el Hijo de Dios?
Jesús respondió:
—Ustedes lo dicen: yo soy.
Entonces ellos dijeron:
—¿Para qué queremos más testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.
Levantaron, pues, la sesión y llevaron a Jesús ante Pilato.
Comenzaron la acusación diciendo:
—Hemos comprobado que este anda alborotando a nuestra nación. Se opone a que se pague el tributo al emperador y, además, afirma que es el rey Mesías.
Pilato le preguntó:
—¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le respondió:
—Tú lo dices.
Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a todos los presentes:
—No encuentro ningún motivo de condena en este hombre.
Pero ellos insistían más y más:
—Con sus enseñanzas está alterando el orden público en toda Judea. Empezó en Galilea y ahora continúa aquí.
Pilato, al oír esto, preguntó si Jesús era galileo. Y cuando supo que, en efecto, lo era, y que, por tanto, pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió, aprovechando la oportunidad de que en aquellos días Herodes estaba también en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho de ver a Jesús, pues había oído hablar de él y ya hacía bastante tiempo que quería conocerlo. Además, tenía la esperanza de verle hacer algún milagro. Así que Herodes preguntó muchas cosas a Jesús, pero Jesús no le contestó ni una sola palabra.
También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley acusando a Jesús con vehemencia.
Por su parte, Herodes, secundado por sus soldados, lo trató con desprecio y se burló de él. Lo vistió con un manto resplandeciente y se lo devolvió a Pilato. Aquel día, Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues hasta aquel momento habían estado enemistados.
Entonces Pilato reunió a los jefes de los sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo:
—Ustedes me han traído a este hombre diciendo que está alterando el orden público; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ningún crimen de los que lo acusan. Y Herodes tampoco, puesto que nos lo ha devuelto. Es evidente que no ha hecho nada que merezca la muerte. Por tanto, voy a castigarlo y luego lo soltaré.
Entonces toda la multitud se puso a gritar:
—¡Quítanos de en medio a ese y suéltanos a Barrabás!
Este Barrabás estaba en la cárcel a causa de una revuelta ocurrida en la ciudad y de un asesinato.
Pilato, que quería poner en libertad a Jesús, habló de nuevo a la gente. Pero ellos continuaban gritando:
—¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Por tercera vez les dijo:
—¿Pues cuál es su delito? No he descubierto en él ningún crimen que merezca la muerte; así que voy a castigarlo y luego lo soltaré.
Pero ellos insistían pidiendo a grandes gritos que lo crucificara; y sus gritos arreciaban cada vez más.
Así que Pilato resolvió acceder a lo que pedían: puso en libertad al que tenía preso por una revuelta callejera y un asesinato, y les entregó a Jesús para que hiciesen con él lo que quisieran.
Cuando lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón, natural de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
Lo acompañaba mucha gente del pueblo junto con numerosas mujeres que lloraban y se lamentaban por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
—Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí; lloren, más bien, por ustedes mismas y por sus hijos. Porque vienen días en que se dirá: «¡Felices las estériles, los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron!». La gente comenzará entonces a decir a las montañas: «¡Caigan sobre nosotros!»; y a las colinas: «¡Sepúltennos!». Porque si al árbol verde le hacen esto, ¿qué no le harán al seco?
Llevaban también a dos criminales para ejecutarlos al mismo tiempo que a Jesús.
Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús entonces decía:
—Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Los soldados se repartieron las ropas de Jesús echándolas a suertes.
La gente estaba allí mirando, mientras las autoridades se burlaban de Jesús, diciendo:
—Puesto que ha salvado a otros, que se salve a sí mismo si de veras es el Mesías, el elegido de Dios.
Los soldados también se burlaban de él: se acercaban para ofrecerle vinagre y le decían:
—Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Habían fijado un letrero por encima de su cabeza que decía: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los criminales colgados a su lado lo insultaba, diciendo:
—¿No eres tú el Mesías? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!
Pero el otro increpó a su compañero, diciéndole:
—¿Es que no temes a Dios, tú que estás condenado al mismo castigo? Nosotros estamos pagando justamente los crímenes que hemos cometido, pero este no ha hecho nada malo.
Y añadió:
—Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.
Jesús le contestó:
—Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Alrededor ya del mediodía, la tierra entera quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. El sol se ocultó y la cortina del Templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo:
—¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!
Y, dicho esto, murió.
Cuando el oficial del ejército romano vio lo que estaba pasando, alabó a Dios y dijo:
—¡Seguro que este hombre era inocente!
Y todos los que se habían reunido para contemplar aquel espectáculo, al ver lo que sucedía, regresaron a la ciudad golpeándose el pecho. Pero todos los que conocían a Jesús y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, se quedaron allí, mirándolo todo de lejos.
Había un hombre bueno y justo llamado José, que era miembro del Consejo Supremo, pero que no había prestado su conformidad ni al acuerdo ni a la actuación de sus colegas. Era natural de Arimatea, un pueblo de Judea, y esperaba el reino de Dios. Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después lo bajó de la cruz, lo envolvió en un lienzo y lo depositó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie aún había sido sepultado.
Era el día de preparación y el sábado ya estaba comenzando. Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea fueron detrás hasta el sepulcro y vieron cómo su cuerpo quedaba depositado allí. Luego regresaron a casa y prepararon perfumes y ungüentos. Y durante el sábado descansaron, conforme a lo prescrito por la ley.
Palabra del Señor
Gloria a ti Señor Jesús
Comentario al Evangelio
Realmente, este hombre era justo.
Queridos hermanos, paz y bien.
Parecía lejos, muy lejos, cuando empezamos la Cuaresma, allá por el cinco de marzo. Pero ya hemos llegado al Domingo de Ramos. Cada uno sabe cómo ha pasado este tiempo. Lo más importante es caer en la cuenta de que, cada año, se actualiza la Pasión de Cristo. Hay toda una semana para prepararse para la madre de todas las Vigilias. No perdamos la oportunidad de encontrarnos con el Señor como Él se merece.
Las lecturas de hoy son bastante densas. Desde el siervo sufriente, imagen del mismo Cristo, pasando por la bella descripción que hace san Pablo de la entrega de Jesús, hasta el relato de la Pasión, según san Lucas. Conocemos la historia, porque la hemos escuchado muchas veces, pero la vamos a volver a escuchar, porque así se renueva la Pasión de Cristo en cada uno de nosotros.
Jesús es el siervo sufriente. Desde siempre se le ha identificado, porque Él también pasó por todo lo que pasó el siervo. Y muestra coraje hasta el final, sin echarse atrás. Obedeció al Padre, y cumplió su misión por Él. Igual que el siervo del Señor, Jesús ha estado siempre a la escucha del Padre, ha tenido palabras de consuelo y esperanza, ha estado siempre cerca de los pobres y marginados, y ha terminado como el siervo de Isaías.
Es importante recordar que hoy hay también héroes, mártires, que siguen viviendo la experiencia del Siervo del Señor. Y, lo más importante para cada uno de nosotros: todos los creyentes tenemos que mantenernos a la escucha de la Palabra, traducir en hechos lo que hemos escuchado y estar preparados, para cargar con las consecuencias de las decisiones tomadas libremente.
Porque Jesús se entregó libremente por nosotros. En Filipenses, San Pablo, en uno de los pasajes más sorprendentes de la Biblia, describe cómo Jesús abandonó sus privilegios divinos para tomar la condición de siervo, para humillarse, para morir en una cruz. Nosotros no somos divinos, nosotros mismos nos humillamos en muchas cosas, para nosotros la muerte es inevitable. Pero no fue así con Cristo. El Hijo se hizo humano y escogió ser humillado y morir. Para nosotros, al contrario, la humillación y la muerte son parte de nuestra condición desde nuestro nacimiento. Jesús hizo lo que nosotros nunca pudiéramos hacer. Para liberarnos del yugo de la muerte. La humanidad entera terminará uniéndose a Él y, en aquel momento, se habrá cumplido el proyecto de Dios.
Y llegamos al Evangelio. La pasión de Cristo según san Lucas. Lucas, en su evangelio, nunca deja pasar la oportunidad de resaltar la bondad y la misericordia de Jesús. En todos los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) el relato es muy similar: la Santa Cena, la oración en Getsemaní, la condena por los judíos y por Pilato, las varias torturas y humillaciones del Señor, la Crucifixión, y el entierro. Siempre nos podemos preguntar: ¿con qué personaje me identifico? Tal vez con Judas el traidor, o con Pedro el cobarde, con Juan el discípulo fiel, con el buen ladrón, con el Cireneo, con las santas mujeres….
¿De qué se puede hablar hoy en este comentario? Hay muchas cosas, pero podemos centrarnos en algunos aspectos.
El primero, “Haced esto en memoria mía”. Cada vez que celebramos la Eucaristía, cumplimos el mandato del Señor. Es un buen motivo para intentar no caer en la rutina, para prepararnos antes de cada celebración, para leer las lecturas en casa, por ejemplo. Si nos fijamos bien, Jesús no nos pidió muchas cosas, pero ésta es una de ellas.
También, la actitud de aquellos que quieren seguir a Jesús. En plena cena, los Discípulos se ponen a discutir sobre quién es el primero entre ellos. Hay que recordar. Una vez más, que el servicio es también la forma que tenemos de actualizar la memoria de Jesús, que vino al mundo para servir, no para que le sirvieran. Ser importante significa ser servidor. En cualquiera de las muchas funciones que se pueden desempeñar en la Iglesia.
Otra cosa importante es la importancia de la oración. Sin oración, no se puede velar, no se puede estar cerca de Jesús. Y, por supuesto, una oración que sale del corazón, pero que termina siempre con “no se haga mi voluntad, sino la Tuya”. Como la Virgen María.
Sin oración, no pueden ser vencidas las tentaciones. El demonio se acercó a esa reunión, y mostró laos puntos débiles de cada uno de los Apóstoles. Pudo con Judas, temporalmente con los otros once, pero no pudo con Jesús, porque Él estaba siempre en contacto con su Padre. Aunque le costó sudar sangre. Haber sido tentado le permite a Jesús comprender nuestras debilidades, y haber vencido las tentaciones nos permite a nosotros poder seguir viviendo con esperanza.
En este texto encontramos una negación del uso de la violencia. Este rechazo está presente en todos los evangelistas. Jesús rechaza el uso de la violencia. De un mal surge otro peor. Y en Lucas, el evangelista de la misericordia, hay un detalle que no aparece en los otros evangelistas. Jesús sana inmediatamente al herido. El que se considera discípulo de Jesús, no solamente no pueden atacar a quien le ataca, debe estar dispuesto a remediar el mal que el otro hizo. Debe sanar aun al que continúa haciéndole daño. El cristiano no puede tener enemigos. Puede tener solamente adversarios. A todas las personas hay que amarlas. Las armas las utilizan los que tienen enemigos, no por aquellos cuya única misión es cambiar al adversario en un hermano.
Un detalle para ir terminando. La mirada de Jesús a Pedro, cuando éste le niega, y las palabras de Jesús al “buen ladrón”. Una mirada que comprende, que sabe que Pedro le ama, a pesar de la traición. Lucas quiere decir a todos los cristianos cómo deben comportarse con las debilidades de los demás e incluso con nuestras propias debilidades: no con reproche, sino con la mirada de Jesús. Ojos que invitan a la fe, que dan esperanza. Ojos que saben descubrir, aun cuando hay pecados graves, una manera de amar. Es precisamente esta ‘mirada’ la que nosotros debemos tener.
En cuanto al buen ladrón, la actitud de Jesús quizá también nos recuerda que nunca es tarde para asumir la propia culpa, reconocer los pecados y arrepentirse. Esto se pude hacer cuando sentimos la presencia de Jesús en nuestra vida, a nuestro lado, incluso – o especialmente – en los peores momentos de nuestra vida. La muerte de Cristo es un momento tan imponente, que hasta los ejecutores no pueden por menos que reconocer que “Era un hombre justo”. Que murió por todos. Hoy en día Jesús sigue muriendo por nosotros y muchos “Cristos” en el mundo siguen sufriendo “su pasión”. Seamos consciente de esta realidad, especialmente durante esta Semana Santa que hoy comenzamos.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.
🌿🔔 Solemnidades de nuestra Iglesia: DOMINGO DE RAMOS 🌿
Hoy celebramos una solemnidad en nuestra iglesia: El DOMINGO DE RAMOS, también conocido como Domingo de Pasión, es el sexto y último domingo de Cuaresma; Se conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén y su aclamación como Hijo de Dios.
Con este día se abre solemnemente la SEMANA SANTA, con el recuerdo de las palmas y la Liturgia de la Palabra que evoca la Pasión del Señor en el Evangelio de San Marcos. Damos fin a la Cuaresma y es el inicio de la Semana Santa, tiempo en que se celebra la pasión, crucifixión, muerte y resurrección de Cristo.
La Eucaristía del Domingo de Ramos tiene dos momentos importantes.
El primero es la procesión de las palmas y la bendición de las mismas por parte del sacerdote.
El segundo es la lectura de la palabra que evoca la Pasión del Señor, en el evangelio de San Mateo.
De allí que el color litúrgico de Domingo de Ramos sea el rojo, ya que se conmemora la Pasión del Señor.
El significado de los RAMOS es que, sin Jesús, no damos frutos, es por eso que se los ramos que utilizamos son ramas de palmera que no dan frutos. Las ramas de palma han sido utilizadas por todas las naciones como un emblema de la alegría y la victoria sobre los enemigos; en el cristianismo como un signo de victoria sobre la carne y el mundo.
Las palmas bendecidas el Domingo de Ramos se utilizan en la procesión del día, luego los fieles se las llevan a sus casas y las utilizan como un sacramental.
Las cenizas para el Miércoles de Ceniza se obtienen de la quema de las palmas benditas.
El Domingo de Ramos debe de ser visto por los cristianos como el momento para proclamar a Jesús como el pilar fundamental de sus vidas, tal como lo hizo el pueblo de Jerusalén cuando lo recibió y aclamó como profeta, Hijo de Dios y Rey
🌿 EUCARISTÍA DEL DOMINGO DE RAMOS 🌿⛪️🌿
```Recibamos al Señor, con felicidad, reconociendo el inmenso valor que tiene en nuestra vida.
Que hoy sea símbolo de nuestra FE y AMOR a Dios, recibamos al Señor en nuestra familia y en nuestro corazón. ¡Bendito Seas Señor! 🌿
El Domingo de Ramos debe de ser visto por los cristianos como el momento para proclamar a Jesús como el pilar fundamental de sus vidas, tal como lo hizo el pueblo de Jerusalén cuando lo recibió y aclamó como profeta, Hijo de Dios y Rey.```
UNÁMONOS EN ORACIÓN.🌿
🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿 👑🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿
CELEBRACIÓN DE LA ENTRADA TRIUNFAL DE CRISTO A JERUSALÉN.
Eres Tú, Señor, que entras… A lomos de un asnillo, humildemente y sin más pretensión que cumplir la voluntad de Aquel que te sostiene.
Para celebrar tu pasión, muerte y resurrección y, sufrir, llorar y morir para que no lo hagamos por siempre nosotros.
Eres Tú, Señor, que entras.
Rodeado de música y de salmos con palmas en las manos, vítores y aclamaciones.
Porque, tus horas tristes, aunque sean grandes hoy son anunciadas y publicadas de esta manera:
Siervo, entre los siervos,
Pobre, entre los más pobres,
Obediente, hasta la muerte,
Dócil, en el camino hacia el madero, Fuerte, ante la debilidad de los que te rodean.
Eres Tú, Señor, que entras.
Sales al escenario de la Jerusalén, la ciudad que hoy te aclama y, la urbe, que mañana te dará la espalda.
La ciudad que hoy te bendice y, el bullicio que mañana gritará: ¡crucifícale!.
Avanzas por esa ciudad, Jerusalén, que son las calles por las que nosotros caminamos: encrucijadas de falsedades y de engaños, de verdades a medias que son grandes mentiras, de amistades y de traiciones, de fidelidades y de deserciones, de amigos que compran y se venden.
Eres Tú, Señor, que entras
Porque sabes que, para ganar, hay que saber perder.
Porque con tu entrada triunfal en Jerusalén nos invitas a dejarnos enterrar para que en un amanecer despertemos a la eternidad.
Porque, al ascender por nuestras calles nos muestras que, en la cruz que te espera, se encuentra multitud de respuestas ante tantos interrogantes del hombre.
🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿 👑🌿🌿🌿🌿🌿🌿🌿
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