El núcleo fundamental del cristianismo radica en la divinidad de Jesucristo, una creencia que se encuentra sólidamente respaldada por la evidencia de su resurrección. La fe de un creyente en Cristo no se basa en la aceptación de un personaje ficticio o de una figura mitológica; más bien, se apoya en un hecho histórico de gran trascendencia. Jesucristo no solo afirmó ser igual a Dios, sino que respaldó esa afirmación con la evidencia irrefutable de su propia resurrección. Esta resurrección se revela como un testimonio supremo de su divinidad y como la fuente de nuestra esperanza de vida eterna, la cual es otorgada por su gracia a través de la fe en su nombre.
Las Escrituras nos relatan con júbilo y esperanza la victoria de Jesús sobre la muerte. Su resurrección representa un poderoso testimonio de la obra de Dios y la promesa de vida eterna para todos aquellos que lo siguen. La tumba vacía es un recordatorio de que Jesús está vivo y presente en nuestras vidas. Su ascensión a los cielos después de cuarenta días de enseñanzas y apariciones confirma su divinidad y su misión en la salvación de la humanidad.
Si aún no has aceptado a Jesucristo en tu vida, te animo a hacerlo, porque en él encontrarás la verdadera esperanza y propósito. Y si ya eres seguidor de Jesús, recuerda mantener una vida de vigilia y rectitud, siguiendo sus enseñanzas. Seguir a Jesucristo vale la pena, ya que por la fe en él, también nosotros resucitaremos. ¡Aleluya!
El Espíritu Santo, quien resucitó a Jesús, también habita en aquellos que entregan sus vidas por completo al Señor, confesándolo como su Señor y creyendo en su resurrección. Esta experiencia transformadora nos llena de esperanza y nos impulsa a vivir una vida alineada con los principios y valores de Cristo. No debemos perder tiempo en este breve paso por la vida terrenal; en Jesús encontramos vida eterna y salvación para todos los que lo invocan.
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