“Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas”. 2 Reyes 4:3.
La esposa de un profeta de Dios no solo había quedado viuda sino muy endeudada, a tal punto que el acreedor había venido para llevarse a dos de sus hijos como siervos. Esta madre en su desesperación acudió por ayuda al profeta Eliseo quien le dijo algo que en principio parecía absurdo: “Consigue todas las vasijas vacías que puedas”.
El segundo paso era: “Luego entra y enciérrate junto a tus hijos. Ve llenando todas las vasijas y poniendo aparte las que estén llenas” (v. 4). La viuda solo tenía un poquito de aceite, así que le debe haber parecido raro que Eliseo le dijera que fuera poniendo aparte las vasijas llenas. Pero ella y sus hijos obedecieron y vieron como el aceite corría sin parar, llenando todas las vasijas. ¡Qué milagro! El aceite seguía fluyendo… mientras había vasijas vacías.
Aprendemos una gran lección espiritual de esta historia: Dios está listo para derramar su poder en nuestras vidas, pero es necesario que nos vaciemos de nosotros mismos. Mientras estemos llenos de autosuficiencia, no habrá espacio para que Dios actúe en nosotros.
Un gran predicador del S. XIX dijo: “No es nuestro vacío, sino la llenura de nosotros mismos lo que estorba el fluir de la gracia”. (Spurgeon).
Nunca olvidemos que no se trata de “nuestro aceite” sino del suyo, para que al fin la gloria y la honra las reciba Él.
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