Efesios 4:17-18 ...Que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón.
Los gentiles también están “ajenos a la vida de Dios” (v. 18). Esta es la vida eterna e increada de Dios, la cual el hombre no tenía cuando fue creado; él sólo poseía la vida humana creada. El hombre, después de ser creado, fue puesto delante del árbol de la vida (Gn. 2:8-9) para que recibiera la vida divina, la vida increada. Pero el hombre cayó en la vanidad de su mente y su entendimiento se entenebreció. Hoy, en esa condición caída, el hombre no puede tocar la vida de Dios a menos que vuelva su mente a Dios, o sea, a menos que se arrepienta y crea en el Señor Jesús para recibir la vida eterna de Dios (Hch. 11:18; Jn. 3:16).
Al crear al hombre, Dios deseaba que éste participara del fruto del árbol de la vida a fin de que recibiera la vida eterna de Dios. Pero en la caída, la naturaleza maligna de Satanás se inyectó en el hombre, y como resultado, se le impidió acceso al árbol de la vida. Según Génesis 3:24, el Señor “Echó … al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Fue así que el hombre quedó alejado de la vida de Dios. Los querubines, la llama de fuego y la espada, que representan la gloria, la santidad y la justicia de Dios, impedían que el hombre pecaminoso recibiera la vida eterna. Pero cuando el Señor Jesús murió en la cruz, Él satisfizo todos los requisitos de la gloria, la santidad y la justicia de Dios, y mediante la redención que Él efectuó, se abrió el camino para que nosotros tuviéramos nuevamente acceso al árbol de la vida.
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