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🌱“La Buena Semilla”🌱

 El publicano, estando en pie allá lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo; sino que se daba golpes de pecho, diciendo: ¡Dios, ten misericordia de mí, pecador! (Lucas 18:13, V. M.)


Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre. (Romanos 3:24-25)


Una palabra difícil: propiciación

Al leer los dos versículos del día, quizás usted haya notado que las palabras griegas traducidas por “ten misericordia de mí” y “propiciación” son muy similares, es decir, son de la misma familia.

 La primera expresión indica que la justa ira de Dios contra el pecador tiene que ser desviada del pecador; la segunda revela el medio que Dios encontró para que esa conciliación sea posible.

 Dios es santo, sus ojos son muy limpios para ver el mal (Habacuc 1:13). 

Es paciente, pero no puede soportar el pecado, y quiere que lo sepamos: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad” (Romanos 1:18). 

Al mismo tiempo, “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4), porque los ama, a pesar de todo.

 Entonces encontró una forma de conciliar esta ira contra el pecado con su amor por cada uno de nosotros. 

Dio “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). 

Jesucristo aceptó sufrir en nuestro lugar el castigo que nosotros merecíamos. 

Él llevó sobre sí mismo la ira divina. 

En hebreo, la palabra “propiciación” se deriva del verbo “cubrir”: Jesús “cubrió” nuestro pecado (ver Salmo 32:1), y ahora Dios nos es “propicio”, favorable.

 No descuidemos “una salvación tan grande” (Hebreos 2:3), pues solo hay dos opciones: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).


Lectura: 📖✍

Ezequiel 13 – Hechos 21:1-16 – Salmo 34:7-14 – Proverbios 11:25-26

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